Si
alguien me preguntara cómo escribí El
tránsito —espero que nadie lo haga—, me estaría poniendo en un serio
aprieto. En el estreno del blog, en Asomando la cabeza, relataba mis comienzos en este «negocio» desde el prisma ingenuo
de la niñez. Con esta entrada me propongo desgranar más concienzudamente el
proceso que comenzó con 28 días después y que concluía cuando «los
hombres de Cifuentes y Escobar se advertían ya al fondo […]» Hasta ahí
puedo leer, no es cuestión de destripar el final del libro a nadie, jeje.
Efectivamente,
voy a jugar a los filólogos. Y si pienso en la carrera, a menudo demasiado
teórica, surgen las honrosas excepciones, esas asignaturas que dejaron huella. Cursando
«Teoría de la literatura», apenas cumplidos los dieciocho, aprendí la única
regla narratológica que hoy por hoy influye en mi método, por lo demás bastante
anárquico. Y lo que me enseñó un tal Edgar Allan Poe con su ensayo The Philosophy of Composition fue algo
que me costó entender al principio:
Ilustración: Francesco Francavilla |
«Aquí
puedo afirmar que mi poema había encontrado su comienzo por el fin, como
deberían comenzar todas las obras de arte»
Este
hombre tan tétrico y famélico me estaba diciendo que construyese la casa por el
tejado. El planteamiento me sacudió; me pareció absolutamente revolucionario.
No debía escribir nada hasta tener un final digno para el sufridor Germán. No
contento con eso, Poe realizaba otra sentencia: no llegaría muy lejos tirando
únicamente de ese frenesí que embarga a todos los artistas en algún momento. Los
quebraderos de cabeza que requiere vertebrar una obra desterrarían de un
plumazo el glamour mitificado de la inspiración.
Y
así me lancé a por el final del libro. Barajé innumerables posibilidades.
Disparatadas, ambiguas, violentas, felices… Una vez agarrado el desenlace,
empecé a escribir un capítulo tras otro. Y la novela fue creciendo, con sus digresiones
al pasado y al futuro, transformándose en una madeja densa e impredecible. Es
como sujetar las riendas de un corcel indomable, siempre cerca de morder el
polvo. En mi cabeza era todo vértigo. Me fascinaba ser consciente de que los
personajes estaban vivos y muertos al mismo tiempo, eran niños y adultos a la
vez, la ciudad estaba destrozada pero también libre del virus. Porque yo sabía
cómo acabarían todos ellos aunque quedaran cientos de páginas para verlo
plasmado en la pantalla del ordenador.
El
final de El tránsito merece un post
para él solito. Las personas que han podido leer la novela en primicia se
dividen en dos bandos irreconciliables. ¿Final feliz o dramático para nuestro
protagonista? Uno u otro, ¿no? ¿O son los dos posibles? Cuando hayáis leído la
novela, hablaremos largo y tendido. Estoy deseándolo.
PD:
pretendía predicar con el ejemplo… Tenía el cierre para esta entrada desde el
principio. Las cosas que pasan… He desobedecido a Poe y he rematado esto
dejándome llevar por la improvisación.
PD2: ¿creéis que he dicho la verdad en la
posdata anterior? Los personajes viven y mueren a la vez; yo miento y digo la
verdad.
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