domingo, 19 de abril de 2015

El telonero de "El tránsito"

Él trituraba chicle de forma sempiterna durante sus clases de literatura inglesa. El aprendizaje, sin embargo, la solución a las múltiples preguntas sobre literatura medieval que lanzaba al aire, no estaba tan mascado. Había cierta propensión por parte de los compañeros —yo mismo incluido— a ocupar las bancas centrales del aula. Nos habríamos atrincherado en la retaguardia si hubiésemos sido más camaradas para hacer bulto. Era nuestro natural cobarde de aquella época. Allí nos las componíamos, no sin ciertos sufrimientos, para responder las cuestiones que nuestro profesor planteaba sobre Beowulf, Grendel y otros viejos personajes que pueblan las mentes ávidas de historias desde que el hombre apenas sabía consignarlas en papel.

Les hablo de Eugenio Manuel Olivares Merino, mi profesor de Comentario de textos narrativos en lengua inglesa en la Universidad de Jaén. Hombre de fuertes convicciones, vehemente en sus argumentaciones, pero flexible con nuestras divagaciones más o menos paupérrimas. Por su apariencia, gafas de robusta montura, americanas tipo tweed, podía parecer miembro de la Orden del Finnegans, dispuesto a coger un vuelo a Dublín para disfrutar del Bloomsday con los amigotes de Joyce. Pero un buen día vino con la camiseta de los Ramones y yo personalmente tuve que frotarme los ojos, en parte para superar la incredulidad y en parte para desembarazarme de los efectos secundarios del madrugón. Y así es Eugenio también en sus gustos literarios y cinéfilos. No rehúye una buena conversación sobre Hamlet, pero se relamerá igualmente si toca hablar de una vieja historia de Nosferatu o de la enésima cinta de George Romero.

Eugenio Manuel Olivares Merino
Esa versatilidad me vino de perlas para pedirle que prologara El tránsito, pues de muertos vivientes también sabe un rato. Cuando contacté con él, parecía acordarse de mí a pesar de los años llovidos —no le tuve en cuenta que me llamara Juan Ángel un par de veces—. Accedió a ayudarme de manera inmediata. Y de esa forma, discípulo y maestro nos volvimos a encontrar. Él me ha brindado un gran prólogo que preludiará la novela a la perfección; a cambio tendrá su ejemplar dedicado y mi agradecimiento. Yo me quedo con un momento de fugaz y traviesa vanidad: al final de la partida, cuando me entregó el texto, era él quien presentaba un trabajo y yo quien evaluaba y decidía su destino. Las tornas se habían cambiado de manera deliciosa.

domingo, 12 de abril de 2015

"No todo está perdido": Málaga 451

En principio, habíamos venido a este blog a hablar de mi libro. Hoy vamos a hacer una excepción. No obstante, no voy a alejarme del universo literario, porque eso, hoy por hoy, me resulta imposible. Es como jugar con la marea a no mojarte los pies. Al final acabas con los dedos en el agua.

El viernes me fui a un festival con mi novia. El subconsciente colectivo nos hace pensar inmediatamente en música en directo, cervezas en vasos de plástico, barbas por doquier. Efectivamente, había de todo eso en cantidad, pero además había literatura, muchísima literatura. Se trata del Málaga 451: la noche de los libros, un punto de encuentro propiciado por La Térmica, una pequeña maravilla del panorama cultural malagueño.

La Térmica. Málaga 451: la noche de los libros.
Lo primero que observé nada más llegar fue que el recinto estaba atestado de gente. «No todo está perdido», pensé. Las letras siguen teniendo tirón si son presentadas dentro de un envoltorio atractivo. Las estancias del edificio, que durante más de un siglo de vida han asistido a enfermos y niños entre otros necesitados, socorrían ayer a los sedientos de cultura. Conciertos reverberando en los viejos patios de tierra, exposiciones de ídolos inmortales del pop, puntos de venta de libros en galerías de techos altos y hasta un espacio para los más pequeños. Como punta de lanza de la jornada sobresalía la sala 451, en honor a la novela de Bradbury, donde algunas personalidades de la escena literaria simplemente se sentaban a charlar.
Sala 451: José Antonio Garriga Vela y Enrique Vila-Matas.
Al filo de la medianoche dejamos La Térmica, aunque la fiesta continuaría todavía algunas horas más. Nos fuimos con un libro nuevo bajo el brazo, las historias de Vila-Matas en el paladar y un estado de dulce bienestar apaciguando la mente. «No todo está perdido».

miércoles, 1 de abril de 2015

La banda sonora de "El tránsito"



Un episodio personal catártico, la adaptación a un trabajo nuevo en el que combates y conoces el miedo, los lodos de la memoria, la frialdad de un cuarto en el que escribía envuelto en una manta, la lavadora zumbando al otro lado, tecleando con los dedos encogidos por la temperatura y por el abismo de la pantalla en blanco...

Si añadimos la música -y es lo que hacemos hoy-, tenemos la atmósfera de El tránsito. No la literaria, la épica, sino la que oprime igualmente tras el envés del papel y la tinta. Y sin necesidad de intentar evitarlo, ese ejército de emociones y texturas privadas, de crujidos de una silla y del corazón, invade el libro y se derrama por las oquedades que se forman entre las palabras, que por mucho que se agolpen para darse calor, dejan entrever el alma del pobre diablo que las puso allí.