Él trituraba chicle
de forma sempiterna durante sus clases de literatura inglesa. El aprendizaje,
sin embargo, la solución a las múltiples preguntas sobre literatura medieval que
lanzaba al aire, no estaba tan mascado. Había cierta propensión por parte de
los compañeros —yo mismo incluido— a ocupar las bancas centrales del aula. Nos habríamos
atrincherado en la retaguardia si hubiésemos sido más camaradas para hacer
bulto. Era nuestro natural cobarde de aquella época. Allí nos las
componíamos, no sin ciertos sufrimientos, para responder las cuestiones que
nuestro profesor planteaba sobre Beowulf,
Grendel y otros viejos personajes que
pueblan las mentes ávidas de historias desde que el hombre apenas sabía
consignarlas en papel.
Les hablo de Eugenio Manuel Olivares Merino, mi profesor de Comentario de textos narrativos en lengua inglesa en la Universidad de Jaén. Hombre de fuertes convicciones, vehemente en sus argumentaciones, pero flexible con nuestras divagaciones más o menos paupérrimas. Por su apariencia, gafas de robusta montura, americanas tipo tweed, podía parecer miembro de la Orden del Finnegans, dispuesto a coger un vuelo a Dublín para disfrutar del Bloomsday con los amigotes de Joyce. Pero un buen día vino con la camiseta de los Ramones y yo personalmente tuve que frotarme los ojos, en parte para superar la incredulidad y en parte para desembarazarme de los efectos secundarios del madrugón. Y así es Eugenio también en sus gustos literarios y cinéfilos. No rehúye una buena conversación sobre Hamlet, pero se relamerá igualmente si toca hablar de una vieja historia de Nosferatu o de la enésima cinta de George Romero.
Esa versatilidad me
vino de perlas para pedirle que prologara El tránsito, pues de muertos vivientes también sabe un rato. Cuando contacté
con él, parecía acordarse de mí a pesar de los años llovidos —no le tuve en
cuenta que me llamara Juan Ángel un par de veces—. Accedió a ayudarme de manera
inmediata. Y de esa forma, discípulo y maestro nos volvimos a encontrar. Él me
ha brindado un gran prólogo que preludiará la novela a la perfección; a cambio
tendrá su ejemplar dedicado y mi agradecimiento. Yo me quedo con un momento de fugaz
y traviesa vanidad: al final de la partida, cuando me entregó el texto, era él
quien presentaba un trabajo y yo quien evaluaba y decidía su destino. Las
tornas se habían cambiado de manera deliciosa.
Les hablo de Eugenio Manuel Olivares Merino, mi profesor de Comentario de textos narrativos en lengua inglesa en la Universidad de Jaén. Hombre de fuertes convicciones, vehemente en sus argumentaciones, pero flexible con nuestras divagaciones más o menos paupérrimas. Por su apariencia, gafas de robusta montura, americanas tipo tweed, podía parecer miembro de la Orden del Finnegans, dispuesto a coger un vuelo a Dublín para disfrutar del Bloomsday con los amigotes de Joyce. Pero un buen día vino con la camiseta de los Ramones y yo personalmente tuve que frotarme los ojos, en parte para superar la incredulidad y en parte para desembarazarme de los efectos secundarios del madrugón. Y así es Eugenio también en sus gustos literarios y cinéfilos. No rehúye una buena conversación sobre Hamlet, pero se relamerá igualmente si toca hablar de una vieja historia de Nosferatu o de la enésima cinta de George Romero.
Eugenio Manuel Olivares Merino |