lunes, 27 de julio de 2015

Las bicicletas son para el verano (Tribuna Andaluza)

El verano ya está aquí. Y por supuesto, lo ha hecho de manera flamante, pues especialmente en nuestra tierra, donde se sabe amo y señor de los horizontes achicharrados, arroja llamas que nos envuelven y abrasan. No menos rutilantes son los primeros pasos de esta Tribuna Andaluza, que refrescará a base de ideas plurales y libres las dilatadas tardes de la canícula.

Cuando pienso en esta época del año, me vienen siempre a la mente imágenes de niños corriendo atropelladamente a la salida del colegio el último día del curso. No miran atrás, apenas se despiden de sus esforzados maestros, sólo aciertan a aturdirse intentando abarcaR el océano de tiempo que se les viene encima, esos dos meses largos de chapuzones, bicicletas y rutinas desarboladas. Levantarse tarde, maravillarse por acostarse más allá de la medianoche… Y hacerlo rendido y feliz, pues las normas se derriten como el helado y septiembre parece un mes inalcanzable.

Como el niño que aún me siento y como el profesor que soy, esta clase de  asociaciones entre las vacaciones y el estío eran inevitables. Cómo cuesta poner sobre el tapete recuerdos que siquiera igualen la plenitud de aquellos que se grabaron a fuego durante la infancia.

Verano tras verano, yo pasaba los meses de verano en familia en la casa  de mi abuela, en Valdepeñas de Jaén, un pueblo encaramado en la Sierra  Sur jiennense. Allí aprendí que a las tres de la tarde, cuando el  asfalto de la calle amagaba con proponer espejismos y la coronilla ardía, el zaguán de aquella vieja casa de gruesos muros encalados era el  paraíso y la salvación. Durante aquellas felices semanas, los pedales  de la bicicleta te permitían doblar las esquinas como una centella,  repasar los contornos de cada plazoleta, saludar a tus padres triunfalmente con la mano que no sujetaba el manillar… Y todo ello sin  necesidad de que los pies tocasen el suelo, despreocupados de entrar en  contacto con la realidad.

Por desgracia, es preciso acercarse al presente de Andalucía y de sus  niños y niñas aun a riesgo de acabar quemándonos. Este artículo sería de  una paupérrima utilidad social si me limitara a encerrarme a cal y  canto en estas ensoñaciones del pasado más dulce.

En Andalucía, como en tantas otras partes, existe la lacra  imperdonable  de la pobreza infantil. La ONG Save the children,  preocupada por los  asuntos que conciernen a los más pequeños, estima que  más de 740.000  niños se encuentran en riesgo de exclusión social en nuestra comunidad  autónoma. Yo mismo me escandalizo de que este tipo de  datos ni siquiera se hagan hueco en los noticiarios, abandonados a la  política de los  que nos embaucan y a la desinformación más abyecta.

Todas las referencias que he podido recabar sobre el Plan Integral de Atención a la Infancia en Andalucía están plasmadas en futuro. Ojalá  la   conjugación cambie pronto a la del ahora, pues la infancia, como la  que yo disfruté sin trabas, pasa rápido, muy rápido. Y como sociedad, no deberíamos permitir que ningún adulto quede privado de esos  cimientos sentimentales que sustentan el alma. Hagamos algo ya, porque  como diría  el colosal Agustín González en aquella película basada en la obra  homónima de Fernando Fernán Gómez: «Sabe Dios cuándo habrá otro verano».
Cuando pienso en esta época del año, me vienen siempre a la mente imágenes de niños corriendo atropelladamente a la salida del colegio el último día del curso. No miran atrás, apenas se despiden de sus esforzados maestros, sólo aciertan a aturdirse intentando abarcar  el océano de tiempo que se les viene encima, esos dos meses largos de chapuzones, bicicletas y rutinas desarboladas. Levantarse tarde, maravillarse por acostarse más allá de la medianoche… Y hacerlo rendido y feliz, pues las normas se derriten como el helado y septiembre parece un mes inalcanzable.

Como el niño que aún me siento y como el profesor que soy, esta clase de asociaciones entre las vacaciones y el estío eran inevitables. Cómo cuesta poner sobre el tapete recuerdos que siquiera igualen la plenitud de aquellos que se grabaron a fuego durante la infancia.

Verano tras verano, yo pasaba los meses de verano en familia en la casa de mi abuela, en Valdepeñas de Jaén, un pueblo encaramado en la Sierra Sur jiennense. Allí aprendí que a las tres de la tarde, cuando el asfalto de la calle amagaba con proponer espejismos y la coronilla ardía, el zaguán de aquella vieja casa de gruesos muros encalados era el paraíso y la salvación. Durante aquellas felices semanas, los pedales de la bicicleta te permitían doblar las esquinas como una centella, repasar los contornos de cada plazoleta, saludar a tus padres triunfalmente con la mano que no sujetaba el manillar… Y todo ello sin necesidad de que los pies tocasen el suelo, despreocupados de entrar en contacto con la realidad.

Por desgracia, es preciso acercarse al presente de Andalucía y de sus niños y niñas aun a riesgo de acabar quemándonos. Este artículo sería de una paupérrima utilidad social si me limitara a encerrarme a cal y canto en estas ensoñaciones del pasado más dulce.

En Andalucía, como en tantas otras partes, existe la lacra imperdonable de la pobreza infantil. La ONG Save the children, preocupada por los asuntos que conciernen a los más pequeños, estima que más de 740.000 niños se encuentran en riesgo de exclusión social en nuestra comunidad autónoma. Yo mismo me escandalizo de que este tipo de datos ni siquiera se hagan hueco en los noticiarios, abandonados a la política de los que nos embaucan y a la desinformación más abyecta.

Todas las referencias que he podido recabar sobre el Plan Integral de Atención a la Infancia en Andalucía están plasmadas en futuro. Ojalá la conjugación cambie pronto a la del ahora, pues la infancia, como la que yo disfruté sin trabas, pasa rápido, muy rápido. Y como sociedad, no deberíamos permitir que ningún adulto quede privado de esos cimientos sentimentales que sustentan el alma. Hagamos algo ya, porque como diría el colosal Agustín González en aquella película basada en la obra homónima de Fernando Fernán Gómez: «Sabe Dios cuándo habrá otro verano».
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El verano ya está aquí. Y por supuesto, lo ha hecho de manera flamante, pues especialmente en nuestra tierra, donde se sabe amo y señor de los horizontes achicharrados, arroja llamas que nos envuelven y abrasan. No menos rutilantes son los primeros pasos de esta Tribuna Andaluza, que refrescará a base de ideas plurales y libres las dilatadas tardes de la canícula. - See more at: http://www.opinion.tribunandaluza.es/juan-antonio-galaacuten.html#sthash.ygc4n9IC.dpuf

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