Se trata de un momento con el que había soñado desde
que se publicó la novela y que había detallado en alguna conversación con
amigos. Como bien os podéis imaginar, un autor novel y desconocido como yo
necesita el apoyo del núcleo duro —la familia, los amigos,
los compañeros de trabajo— para lanzar su primera novela al mundo y de paso
justificar la inversión del editor que se arriesga por sacar tu manuscrito del
cajón.
Y todos os fajasteis por mí. Mis padres al frente, todos los demás,
incansables, tras ellos. Llenasteis el Salón Mudéjar de Jaén y la Casa del Libro
de Málaga, os comprasteis El tránsito
con toda vuestra ilusión y pusisteis a mi servicio vuestras redes sociales para
dar difusión a su salida a la arena del mercado editorial.
Apuntalasteis el ego siempre frágil del creador; me regalasteis el
éxito total. Yo no pedía más. De hecho no os pedí nada; lo hicisteis de
corazón. Yo ya me conformaba con haber dejado a Germán corriendo al borde del
acantilado del «último mar». Pero claro, un par de pequeños medios te
entrevistan o hacen una reseña de tu libro, el distribuidor coloca tu novela en
algunas librerías al otro lado de tu zona de influencia y empiezas a fantasear
con la madre de todas las presas: ese lector anónimo del que nada sabes y al
que nadie ha podido avalar para que confíe en ti.
Supongo que era de esperar que la publicación de la versión digital de
El tránsito fuese la compuerta que me abriese
definitivamente un mundo de lectores sin fronteras. Y así fue como conocí a
Vicente, un tipo de Valencia que dio conmigo por Twitter para comentarme que
había empezado a leer la novela y que le estaba encantando.
A los Vicentes del mundo solo puedo deciros…
¡Aquí estoy! «Buscadme» para echar un rato de tertulia literaria. Tengo un par
de preguntas y mucho agradecimiento para vosotros.
Hola! Soy Vicente, el lector, me alegro mucho de ser ese primer contacto, y reitero lo dicho en twitter, es una gran novela.
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