sábado, 8 de agosto de 2015

El monstruo de hormigón (Tribuna Andaluza)

Cada vez que viajo, inclino la cabeza para observar un personaje indispensable que languidece en la orilla de nuestras carreteras. Les hablo de esas casas derruidas y deshabitadas que jalonan nuestras ilusiones o melancolías según emprendamos el camino de ida o de vuelta. Podrían considerarse desechos arquitectónicos bajo una lupa demasiado severa, pero no son más que unas ruinas inofensivas y evocadoras. Libran una lucha perdida de antemano por mantenerse erguidas y recogen nuestras miradas extraviadas cuando los ojos se pierden en la monotonía del paisaje. Cuando pasemos de nuevo por el mismo punto kilométrico, la vida habrá pegado otro mordisco a sus fachadas raquíticas, pero seguirán allí, acaso para ayudar a orientarnos, quizás para pedir un poco de compasión. Desde un punto de vista urbanístico, esas construcciones nos recuerdan que el ser humano deja una huella en la tierra que cuesta siglos borrar.

Cuando dejamos atrás el polvo del desierto de Tabernas y ya intuíamos el mar, indulté por supuesto a mis queridas casas abandonadas y me centré en los verdaderos monstruos de cemento que destruyen nuestro patrimonio natural para saciar los delirios de la corrupción y del ocio irresponsable. Dada la zona que transitábamos, tenía un leviatán muy concreto en la cabeza; una bestia encalada de terrazas escalonadas desafiando la belleza árida de una costa volcánica. La solución de la adivinanza es, en efecto, el hotel de la playa de El Algarrobico, situado junto a Carboneras, en pleno Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar. 

El hotel, con 411 habitaciones repartidas en 21 —¡veintiuna!— plantas, queda distanciado del agua por apenas 14 —¡catorce!— metros. Las cifras de este despropósito que nunca llegó a albergar turistas deberían sonrojarnos como arrendatarios que somos del planeta en el que vivimos. Pero claro, los principales actores de este crimen prostituyeron el litoral a cambio de permisos, concesiones y recalificaciones y tantos otros términos legales que coinciden en su naturaleza con lo enredado del caso a día de hoy. 

Lo penúltimo que sabemos de este hotel es que la Junta de Andalucía pidió al alto tribunal andaluz autorización para acceder a los terrenos como paso previo a la demolición del complejo. Lo último, que la licencia de obras de El Algarrobico fue declarada legal por el Tribunal Supremo de Justicia de Andalucía en sentencia firme el pasado mes de mayo. Ni la Abogacía del Estado ni la Junta recurrieron ante el Tribunal Supremo. 

A buen seguro, los recursos continuarán enfrentando a ecologistas, asociaciones, promotores e instituciones a la salud de otro gran ogro levantado por el hombre: la burocracia. Para intentar poner un poco de orden en este enmarañado caso, me puse en contacto con un buen amigo almeriense que se implicó directamente en la causa contra El Algarrobico hace más de una década. Me contaba Eduardo que en 2006 se vivió un momento culminante en su lucha, llegando a encerrarse junto a otros en la catedral de Almería como protesta contra el desmán urbanístico. Los medios repararon en aquel hotel erigido en terreno protegido y El Algarrobico se convirtió en un símbolo de la destrucción de nuestras costas. Después llegaron los varapalos que en el fondo todos ellos esperaban: «Se recurre y se recurre, salen sentencias, se recurren. Ya no sabemos ni cuál es la válida ni cuál la recurrida. Lo único que es real es la mole.» 

El domingo pasado, unas horas antes de volver a saludar a mis solitarias compañeras de viaje de vuelta a casa, unos amigos y yo salimos temprano para bucear en unas calas próximas a Mojácar. Era consciente de la cercanía con mi objeto de estudio, pero sólo cuando el monitor lo señaló, supe que a unos pocas lenguas de tierra de distancia reposaba el hotel de la playa de El Algarrobico, ajeno a toda polémica. Nadando, pensé en lo horrible que sería perder la espectacular riqueza de un ecosistema que estaba gozando de primera mano. Me sumergí con mi tubo y mis aletas deseando que el hotel se demoliera y el recuerdo de todo lo que representa quedara olvidado en el fondo del mar.

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